Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1860-1861 (Cortes de 1858 a 1863)
Sesión: 9 de marzo de 1861
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: n.º 113, 1.913 a 1.916
Tema: Asuntos de Italia

El Sr. SAGASTA: Sres. Diputados, el Sr. Mena y Zorrilla empezó haciendo diferentes consideraciones acerca de las diversas escuelas políticas que existen; pero llevado en alas de su ardiente imaginación, ha exagerado tanto la verdad, que más de una vez le hemos vista apartarse de ella hasta el punto de caer en la inexactitud, llevándola hasta el extremo de la novela; quizás por razón de oficio. (Rumores, interrupciones.) .Si yo tuviera alguna duda de lo que acabo de decir, la interrupción que han sufrido mis palabras me lo habría completamente demostrado. (Nuevos rumores.)

El Sr. PRESIDENTE: Orden, señores, orden.

El Sr. SAGASTA : Yo demostraré, señores, que cabe perfectamente la forma poética en un discurso parlamentario, pero que de ninguna manera puede llevar la convicción allí donde los hechos dicen enteramente lo contrario de lo que una imaginación ardiente ha podido manifestar. Pero el Sr. Mena y Zorrilla ha llevado su ardiente fantasía y su poética imaginación hasta poetizar los tratados de 1.815, y hasta pretender que no debían los españoles rechazarlos, que debían ser respetados y hasta queridos por los españoles. El Sr. Presidente, que sabe, no sólo el respeto que me inspira el sillón presidencial, sino hasta el cariño que tengo a S.S., verá si estoy o no en el uso de mi derecho haciéndome cargo de esta rectificación, porque el Sr. Mena y Zorrilla ha dicho: " el Sr. Sagasta se ha equivocado al creer que el Ministerio ha fundado su política en esos tratados." Yo diré que había fundado su política en los tratados de 1.815; y ésta es una verdad, que a pesar de la belleza de su discurso no ha podido negar, porque esos pensamientos bellísimos tienen que ceder ante las notas diplomáticas, que dicen enteramente lo contrario.

Esas notas dicen terminantemente que el Gobierno no puede menos de defender los derechos consignados a los Borbones de Italia en esos tratados, y los eventuales que puede tener la Corona de España a la sucesión en Italia consignados en esos mismos tratados. Si esto no es fundar la política en los tratados de 1.815, no sé lo que puede ser. Esos tratados, revístalos el Sr. Mena de las bellezas que quiera, eran un baldón para España, eran una iniquidad; esos tratados rebajan a la nación española . ¿Y cuándo?¿En qué época y en qué ocasión?

Cuando la España acababa de dar al mundo una prueba, la mayor que ha dado nación ninguna; cuando sin los grandes sacrificios que hizo la nación española, los signatarios de los tratados de 1.815 no hubieran podido reunirse; cuando la España sola, abandonada, vendida al extranjero, había hecho más que todas las naciones reunidas representadas en esos tratados. Extraño mucho el juicio que S.S. ha formado de esos tratados, llevado en alas de su ardiente imaginación, cuando debe saber que Balmes y el marqués de Valdegamas, autoridades irrecusables para S.S., han tratado con más dureza de lo que los he tratado yo aquellos tratados que envuelven una deshonra para España, que envuelven tan insigne ingratitud hacia un país que había hecho tan grandes sacrificios para contribuir a la destrucción del genio cuyo yugo tenía a todos oprimidos, y sin cuyos sacrificios hubiera sido imposible sacudirla. Después de esto, señores, ¿se puede en un Parlamento español, no sólo defender esos tratados, sino embellecerlos revistiéndolos con formas poéticas? No y mil veces no.

¿Cuándo se han opuesto aquellos tratados, decía el señor Mena, a la independencia, a la libertad de los pueblos? Siempre, desde que se hicieron, porque se hicieron para [1.913] eso y nada más que para eso. ¿Pues qué independencia y qué libertad podían tener los pueblos que despedazaron y se dividieron a su antojo para tenerlos constantemente como tributarios de las grandes potencias que se los repartieron? ¿Cómo ha de caber la libertad y la independencia de pequeños Estados, cuyos Soberanos eran súbditos, y solamente súbditos de esas grandes potencias? Pero luego decía el Sr. Mena: los tratados de 1.815 no se han opuesto a la independencia y libertad de los pueblos; eso habrá sido cosa de la Santa Alianza. ¿Y qué es la Santa Alianza más que una consecuencia de los tratados? ¿Qué es lo Santa Alianza de que nos ha hablado S.S. al hablar de la libertad sagrada? ¿Qué es la Santa Alianza sino la reunión de tres Príncipes, uno católico, otro cismático y otro hereje? iVaya una alianza para la libertad de los pueblos! (Aplausos en las tribunas).¡Vaya una alianza a la que apela S.S. para defender el catolicismo de que se ha mostrado partidario, pero del cual no lo será nunca más que yo! ¡No dejaría de estar bien defendido el catolicismo en esa alianza de un cismático, un hereje y un católico! ¡Esa es la Santa Alianza para la unidad, la libertad; para la independencia de los pueblos; para la unidad, para la libertad, para la independencia de la Iglesia, que no pueden querer los que tal defienden!

Los que defienden eso no quieren la unidad ni la libertad ni la independencia de los pueblos; no quieren la unidad, la libertad ni la independencia de la iglesia. Yo no dije que en esos tratados hubiera precisamente una cláusula que terminantemente se opusiera a la unidad, libertad o independencia de los pueblos, sino que del mecanismo que por esos tratados se daba a la Europa, resultaba eso, es decir, la muerte de la libertad, de la independencia y de la unidad de los pueblos. S.S., llevado en alas de su poesía, se remonta tanto a Ios cielos, que no ve lo que pasa por la tierra, y sin duda por eso nos ha dicho que esos tratados eran el apoyo más firme de la paz, que habían establecido la paz sobre bases firmísimas. A S.S., que preguntaba si sabía yo la historia de Italia, le preguntaré yo a mi vez ¿No sabe el Sr. Mena y Zorrilla la historia de España, de Italia y de Europa toda?¿Ha olvidado las conmociones y manifestaciones populares que han sobrevenido desde 1.817 acá? ¿No recuerda ya que sólo en España ha habido desde entonces tres o cuatro convulsiones políticas, ocurriendo otras tantas en Italia? ¿No tiene tampoco presentes las grandes conmociones de Francia y las ocurridas en Alemania v Polonia? Pues si las enumera todas, tal vez salgan a revolución por año. ¿Es así como se establece la paz sobre firmísimas bases? Véase el inconveniente que ofrece dejarse llevar demasiado en este sitio en alas de la imaginación: se eleva uno demasiado, y no ve bien lo que realmente pasa en el suelo en que tenemos que vivir. Para que nosotros tuviéramos toda la consideración que S.S. tiene con los tratados de 1.815, sería necesario que borrásemos la historia de cuarenta y tres años; sería necesario que volviésemos los hijos sacrificados en aras de la patria, que borrásemos las lágrimas vertidas, los tesoros desparramados y la sangre vertida a torrentes en el espacio de esos cuarenta y tres años de lucha constante en defensa de la libertad; sería necesario que prescindiéramos de todos los hechos, desgracias, cataclismos que han venido ocurriendo aquí y fuera de aquí en esos cuarenta y tres años. ¿Para qué? Para acordarnos sólo de los tratados de 1.815. S.S. con este motivo decía que no impidiendo los tratados de 1.815 la libertad y la independencia de ningún pueblo, la Italia pudo continuar dividida de la manera que lo estaba; y nos hacía una pintura de la situación agradable y satisfactoria en que se hallaban las posesiones italianas divididas en Estados. ¡Ah, señores! ¿Se olvida que los males que han caído sobre la Italia no han dependido más que de esa división en que se la quiere dejar? No parece sino que se olvida lo que lo que ha sido la Península española. Pues qué, la Península española ¿no estuvo un tiempo dividida en Estados? ¿Y qué era de la Península entonces? Poco más o menos lo que de la Italia...

(Habla el Sr. Vicepresidente marqués de Armijo.)

El Sr. SAGASTA: Decía el Sr. Mena :" El Sr. Sagasta ha creído que la soberanía nacional es la que ha obrado la revolución de Italia, y suponía que yo había hablado del escrutinio. " Yo no hablé del escrutinio; y esto, Sr. Presidente, es rectificar, porque se me ha supuesto una idea que yo no emití. No hablé de escrutinio; lo quo dije fue que en Italia estaban en pugna dos principios, el de la soberanía nacional y el absolutista o de derecho divino, al que S.S. llama de legitimidad. Pero a esto dice S.S. que estaba yo equivocado en la observación que hacía sobre el escrutinio. No hice ninguna; me limité a exponer los hechos que en Italia ocurrían; pero S.S., tomando una idea del señor Ministro de Estado, ha sostenido que ese escrutinio no significaba nada para esta cuestión, y nos ha hablado de la relación que había entre los que han votado Ia anexión y los que se han abstenido: y a propósito de esto, me suponía otra equivocación respecto de lo que manifesté pare demostrar cuál había sido la voluntad nacional de aquellos pueblos.

Y yo rectificando debo contestar a S.S. que no es posible una manifestación más universal y evidente de los sentimientos de un pueblo antes de llevar a la operación del sufragio, que la que dio el reino de Nápoles al entregarse enteramente a otra persona, a un héroe que S.S. no ha querido calificar de tal, y no entro yo tampoco ahora en eso, a Garibaldi, que entró solo en aquella capital acompañado únicamente de su estado mayor. ¿Cree S.S. que esto puede suceder contra la voluntad de los pueblos? ¿A qué Rey se dice tuvo generales que le hicieron traición, tuvo Ministros que le fueron desleales? Pero aun así, S.S. ha olvidado por lo visto la historia de nuestro país. ¿No recuerda el Sr. Mena y Zorrilla que nuestro país, en circunstancias semejantes, no ya abandonado por un Ministro, no ya abandonado por un Rey, no; sin ejército, sin Ministros, abandonado por el Rey, solo, absolutamente solo, supo levantarse y escupir en la frente al gigante del universo? (Aplausos en las tribunas.)

(Habla el Sr. Vicepresidente marqués de la Vega de Armijo.)

El Sr. SAGASTA: ¿Por qué hizo esto la España? Porque habría voluntad nacional, y la voluntad nacional no necesita generales; si no necesita Reyes, ¿cómo ha de necesitar generales ni Ministros? ¿Qué importa la deslealtad de cuatro protervos de mala conducta, qué importan cuatro hombres inicuos ante el sentimiento unánime de un pueblo? ¿Qué importa la traición de cuatro miserables ante las mujeres, los hombres, los niños, los ancianos, ante ese sentimiento que se siente en la atmósfera, que se palpa y hace latir los corazones y palpitar los pechos? No, señores; no vayamos a sacar partido de que una, dos, media docena de hombres faltarán a su deber. ¿Qué importa eso ante el resultado obtenido por el que unos llaman aventurero y otros consideran como héroe? Pues que vengan todos los héroes que quieran, y veremos si pueden conseguir algo contra el voto del pueblo [1.914] Español. S.S. hace mal en quitar su mérito a Garibaldi; porque si le quita su mérito a Garibaldi, ¿qué queda para ese Rey que S.S. ensalza tanto y del cual no quiero hablar porque tiene la corona de la desgracia, que es para mí la más respetable de las coronas?

S.S. también me ha supuesto o ha hablado del convencimiento que yo pudiera tener de la historia de aquel país; también nos ha hablado de que la unidad italiana que no es nueva, es revolucionaria. Si no fuera porque el Sr. Presidente me llamaría al orden, o por lo menos me haría notar que no estaba dentro de la rectificación, yo contestaría a S.S. acerca de esta materia, sino con tanta poesía como S.S., al menos con mas exactitud y más verdad.

Pero no quiero dejar de contestar a esto, y para hacerlo oportunamente pido la palabra desde ahora para cuando se entre en la interpelación del Sr. Rivero. Sin embargo, S.S. nos ha hecho una acusación porque deseamos la unidad Italiana; nos ha llamado revolucionarios porque deseamos verla realizada. ¿En qué es revolucionaria la idea de la unidad italiana?¡Revolucionaria la unidad de Italia! No lo comprendo, francamente, no sé en dónde está la idea revolucionaria cuando se trata de la unidad de Italia y de la de todos los países que reclaman la naturaleza, la raza, las costumbres, la lengua y la historia. S.S. nos decía: pues si queréis la unidad, ¿por qué no queréis la unidad de raza y la de lengua? Porque ésta no basta por sí sola; porque para que la unidad se verifique es necesario que no se oponga a ello la unidad geográfica. La unidad de raza considerada en absoluto, no puede llevarse a efecto si a ello se opone la naturaleza, porque al hombre no lo es dado luchar contra ella. Para que la unidad de los pueblos sea hacedera y estable, es necesario que a la unidad de costumbres, de carácter y de historia se reúna la unidad geográfica. Por eso es legítima la unidad de Italia; por eso será conveniente la unidad ibérica, por más que S.S. crea que esta idea sea peligrosa y revolucionaria también. ¡Que yo había querido hacer depender de la unión de Italia la unidad ibérica!

Yo de ninguna manera he sacado esa consecuencia. Yo lo que decía era que la conducta política del Gobierno en la cuestión italiana, que la protesta que en absoluto había hecho el Gobierno sobre todo lo verificado en aquel país, era una protesta extensiva también a una idea que puede ser conveniente para nuestro país, a la idea, al principio, a la doctrina de las anexiones. Y decía yo con este motivo: cuando llegue a verificarse la unión, porque llegara ese día, a pesar de lo que dice S.S., y tal vez más pronto de lo que se cree, si la unidad italiana se verifica y consolida, cuando España y Portugal convengan en la unión y quieran espontáneamente verificarla, ¿qué va a hacer el Gobierno español? ¿Cómo se va a oponer a que un Gobierno venga a impedirla? ¿Cómo vas a decir a otra potencia, ya que no nos ayudes déjanos en libertad para que se verifique la anexión que es necesaria para nuestra dignidad y para el equilibrio europeo? ¿A qué potencia se dirigirá este Gobierno que no le conteste con sus mismos principios en la cuestión de anexiones? Pues si vosotros, diré esa potencia, no aceptásteis las anexiones de Italia, que estaban en las mismas o mejores circunstancias, ¿por qué pretendéis para vosotros lo que habéis contrariado para los demás? Y con este motivo decía yo: para hacer desaparecer el escrúpulo del peligro que en esto pudiera hallar el Sr. Mena Zorrilla, que la unión de España y Portugal no debía verificarse por la fuerza. Con efecto, la unión de España y Portugal no puede tener lugar sino de una manera digna y conveniente; la unión de España y Portugal no pueden llevarse a efecto más que por la voluntad de uno y otro país, de una y otra nación. Y aquí tiene S.S. conjurado ese peligro que veía de que vertiendo aquí estas ideas, podría creer Portugal que nosotros teníamos intereses hostiles acerca de él. Yo deseo tanto como el que más que la unión se verifique; pero soy también el primero en proclamar que la unión ibérica por la fuerza sería un gravísimo mal. No es pues peligrosa, no es revolucionaria, no ofrece cuidado ninguno la exposición de esa idea aquí en el Parlamento.

Por el contrario, debo decir de todo buen español es manifestar sus ideas acerca de ese deseo y de ese propósito, y procurar desarrollar en todos los pechos y en todos los corazones la idea de la unión ibérica. ¿Cómo ha de ser peligroso decir que deben unirse España y Portugal? ¿Habría algo más grande, más noble y más digno de esta nación que buscar su engrandecimiento en el porvenir por medios dignos y convenientes, logrando la unión con los que han sido nuestros hermanos y tienen el mismo origen que nosotros? S.S. suponía, y esta es otra rectificación, que mis compañeros y yo, que los que nos sentamos en estos bancos, que los progresistas puros nos creeríamos muy felices con tal que sacáramos incólume nuestra bandera. Con este motivo nos definía a su placer y decía: el Sr. Sagasta es progresista puro, sus compañeros son también progresistas puros, simplemente puros, que no ven lo pasado, que no ven el presente, que no ven más que el porvenir. S.S. está equivocado: progresista puro no quiere decir eso; y advierto a S.S. que nosotros no hemos tomado esa calificación; a nosotros nos la han dado:¿sabe S.S. para que? Para no confundirnos con los que transigen con todas las opiniones; para no confundirnos con los que no son progresistas puros, y no quiero hablar más sobre esto. Pero nuestro nombre, señor Mena Zorrilla, es el que siempre hemos tenido, progresistas, y nada más que progresistas; y como después han venido otros progresistas, prescindiendo ahora de sus doctrinas, era necesario que se nos distinguiera a unos de otros, y se nos designó con el nombre, que nosotros aceptamos con mucha honra, de progresistas puros en el buen sentido de la palabra, en el sentido recto. iDichosos hombres políticos a quienes sus adversarios tienen que distinguir con el nombre de puros!

Por lo demás, S. S. decía: como son simplemente progresistas y que no atienden más que al progreso, se contentan, aunque sean expulsados a cañonazos, con tal de conservar incólume su bandera. No, Sr. Mena y Zorrilla; nosotros no nos contentamos con eso; con eso no somos felices; nosotros, cuando somos echados a cañonazos, nos quedamos con la conciencia muy tranquila, y eso nos satisface. No les sucede lo mismo a aquellos que, después de ser echados a cañonazos no pueden tener tranquilidad ni en el seno de sus familias, que también en el trato de la vida pública, en las relaciones públicas hay honra, como en el trato de la familia y en las relaciones particulares. Cuando a nosotros nos sucede una desgracia sernejante, cuando se nos expulsa a cañonazos, nosotros exclamamos con la frente muy erguida: todo se ha perdido menos el honor, que no todos pueden decir otro tanto. Con este motivo S.S. decía: siguiendo las doctrinas del Sr. Sagasta sobre la soberanía nacional, no parece sino que quiere que la Reina sea sólo Reina de los progresistas, que es bien poca cosa, añadía S.S. Pues yo le contesto a S. S. que la Reina de los progresistas todavía será algo más que Reina de los moderados. Yo no creo que haya dinastías, ni Reinas que sean de progresistas ni de moderados, sino que creo que son Reyes de la nación. ¡Desgraciada la dinastía que, descendiendo de su elevadísimo puesto, se coloca al frente de un partido! ¿Sabe S.S. lo que sucede a esa dinastía, que el día en que aquel partido desaparece, porque todos los partidos son movedizos, todos pasen, aquel día la dinastía no tiene apoyo alguno.... [1.915].

(Habla el Sr. Vicepresidente marqués de la Vega de Armijo.)

El Sr. SAGASTA: Estaba en la rectificación, Sr. Presidente; pero obedezco a S.S. Siento que S.S. me haya interrumpido a la mitad del período; pero para que vea cómo le complazco, para que vea cómo le obedezco, no lo continuo.

Y enseguida el Sr. Mena se ha ocupado largamente de mí a propósito de la cuestión de Roma. S.S. suponía que yo había aceptado para la resolución del poder temporal de los Papas una idea de no recuerdo quién es, de un augusto Senador extranjero. Pase lo de augusto; y voy a ocuparme de lo que a mí me importa. Yo puedo decir a S.S. con toda sinceridad que cuando yo emití aquí esa idea, no había leído el discurso de ese augusto Senador. Por lo demás, la idea no es tampoco de ese augusto Senador; es una idea que viene de hace mucho tiempo; es una idea que no es de ahora; es una idea que se debatió muy largamente en el año 48; es una idea que data de mucho antes; es una idea que se ha tratado desde el Petrarca. ¿Por dónde quiere S.S. atribuir el privilegio de invención a ese augusto Senador? ¿Por dónde cree S.S. que yo haya copiado a ese augusto Senador? Lo que prueba el que se ocurra una misma idea a varias personas, es la naturalidad de la idea, es la lógica de la idea, y que está en la conciencia de todos la idea.

Con este motivo decía S.S.: no pareciéndole bien esta idea al Sr. Sagasta, trata de llevar al Padre Santo a Jerusalén, a que fuera víctima sin duda del puñal de los sarracenos. S.S. sin duda, inspirado por el amor filial, conociendo los inconvenientes y los peligros que allí iba a correr, ha dicho que no podía admitirlo, y que ¿cuántos mártires no ha habido en Roma desde que fue allí de Jerusalén San Pedro y en tiempo de los primeros Papas? Yo decía que el Papa podía correr en efecto más peligros allí que en Roma; pero que el deber de todas las naciones católicas era el defenderle contra esos peligros y contra todos los puñales de los sarracenos, a que S.S. tome tanto. Yo decía también: es verdad que el Papa podría correr más peligros en Jerusalén encontrándose aislado; pero protegido, pero defendido por las naciones católicas, no correré esos peligros.

Allí podría hacer lo que no puede hacer desde Roma, que es extender la luz del Evangelio donde más se necesita; porque no es la manera como hasta ahora se ha ejercido en aquellos países la manera de llevar la civilización; se lleva de una manera más conveniente, más estable y más conforme con la doctrina del Evangelio. Pues bien: las nociones católicas defenderían así de todo peligro al Papa, y al mismo tiempo la religión alcanzaría las ventajas que no puede alcanzar en Roma. De esta manera se podría extender

nuestra religión a la parte meridional del Asia, de la cual se va apoderando por completo la Iglesia anglo-rusa, y a las desiertas playas del África, prestando así servicios la religión que no puede prestar en Roma.

Pero decía el Sr. Mena: el caso es que el Sr. Sagasta, por evitar una dificultad que es muy fácil de resolver (a S.S. le parecerá muy fácil), por cortar el nudo gordiano de la Italia, S.S. quería llevar al Papa a Jerusalén creando una dificultad mayor, un nudo mayor, y lo que es peor, imposible de cortar, imposible de resolver. Yo no veo esa imposibilidad; porque con Jerusalén nadie se mete: la cuestión de Oriente está en Constantinopla y no en Jerusalén, que es un sagrado montón de ruinas, y donde el Papa protegido por toda la cristiandad podría estar de un modo más conforme con la religión, más conforme con las doctrinas del Evangelio, uniendo la permanencia, la estancia allí del Padre Santo con las tradiciones sagradas del lugar donde se operó la redención del género humano.

 



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